ENSEÑAR A ESCRIBIR EN LAS CLASES DE CIENCIAS
Ningún docente dudaría
en afirmar que la enseñanza de la lectura y la escritura son centrales,
básicas, e irrenunciables desafíos a encarar en la Escuela Primaria muy
fundamentalmente en los primeros años. Maestras y maestros, las familias y los
niños/as reeditan cada año ese momento mágico y fundacional en el que el mundo
de las letras toma sentido. Leer el mundo en esta clave completa, mejora y
perfecciona las “lecturas” que hasta ese momento habían podido realizar.
La escritura parece
hacer un ingreso menos espectacular, la extendida práctica desde el Nivel Inicial
de hacer “palotes” desdibuja un poco el momento en que esos grafismos, de
parecidos difusos con las letras, van tomando las formas definitivas y se
ordenan haciendo surgir sentidos.
Lectura y escritura
habilitará a los novatos a una inmersión más profunda y a una intervención,
efectiva en el mundo que apenas se esbozaba antes de estos eventos.
Pero interés por estas
prácticas se va diluyendo conforme niños y niñas avanzan en su trayectoria
escolar, la concepción que parece subyacer es que la lectura y la escritura se
aprenden en la formación inicial de una vez y para siempre. En este sentido, si
preguntáramos a un profesor/a de Escuela Secundaria si es importante o
necesario enseñar a escribir (y leer) en las clases de ciencias, sin dudas no
responderían contundentemente que sí, y muy probablemente pensaría que sus
estudiantes llevan al menos 8 años haciéndolo.
Responderé
afirmativamente a esta pregunta aportaré algunas ideas centrales y argumentaré
en ese sentido, con el objetivo de repensar qué lugar le damos a la escritura
en nuestra clases.
¿Qué rol juega el lenguaje en el aprendizaje?
El impacto del lenguaje en los
aprendizajes en general fue reconocido a partir de los trabajos de Jerome Bruner y del sociólogo de la
educación Basil Bernstein en la década
de los años ‘60, pero el rol específico que cumplía al interior de cada una de
las disciplinas recién fue abordado en los años ‘80. Una de los aspectos que se
planteaba por aquel entonces es que las situaciones de escritura escolar son extremadamente
artificiales en virtud de que el destinatario de los textos es siempre el
docente, que los temas son poco motivadores para los estudiantes y que las propuestas
de escritura son muy uniformes centradas casi siempre en los mismos tipos de
textos, de carácter repetitivo.
Parece subyacer una idea algo
ingenua respecto de la escritura que, en tanto es identificada como un don que tienen algunos estudiantes, que
difícilmente se puede desarrollar a través de instancias de aprendizaje
específicas, terminaría actuando como una limitante del aprendizaje.
Numerosas investigaciones, sin embargo, señalan la
importancia del dominio de la escritura en el aprendizaje y, entre los marcos
teóricos que interpretan dicha importancia, la perspectiva sociocultural,
representada principalmente por Lev
Vygotsky, enfatiza el rol que la interacción social juega en el aprendizaje
y los procesos de pensamiento. Efectivamente desde su perspectiva, el
conocimiento es el resultado de la actividad constructiva de los individuos que
no existe ni puede desarrollarse fuera de la vida social, ya que considera que
es en los intercambios entre los individuos en donde se encuentra la clave del
desarrollo. En estos intercambios el lenguaje es clave ya que, a través del
mismo, los individuos se apropian de conocimientos que exponen los libros y
otros materiales escolares.
La reconstrucción del
conocimiento que realizan los estudiantes es un proceso personal movilizado por
el contexto escolar a través de la interacción con los otros que aportan ideas,
datos, teorías y modos posibles de ver el mundo. Para encarar la escritura
escolar se requiere de una serie de acciones de acuerdo a patrones culturales
definidos facilitados por los profesores y profesoras que de modo simultáneo
pone en marcha el desarrollo de habilidades cognitivas y sociales de los
estudiantes y el aprendizaje de los contenidos. De ahí la función epistémica de
la escritura, es decir de cómo el escribir genera aprendizaje.
Adquisición y evaluación de prácticas epistémicas
En toda actividad escolar, el lenguaje es
imprescindible para comunicar y compartir objetivos y explicaciones, a la vez
que actúa como regulador ya que dirige el pensamiento, ayuda a explicitarlo, y
puede ser útil para analizarlo y valorarlo, es decir, para evaluarlo. En este
sentido, cuantas más oportunidades tengan los estudiantes de “pensar en voz
alta”, cuanto más capaces sean de controlar sus estrategias de lenguaje, más habilidades
tendrán para formular hipótesis explicativas y evaluarlas, entre otras
destrezas.
Aprender los contenidos de una
materia supone la apropiación de prácticas relacionadas con producir, comunicar
y evaluar conocimientos. El pensamiento de los estudiantes
se afianza y clarifica con la participación en actividades que involucran la
escritura, muy especialmente cuando se sitúa en el marco de cada una de las
disciplinas, porque conduce a los estudiantes a tener en cuenta en sus escritos
diferentes tipos de informaciones y los estimula a la producción de textos más
meditados, analíticos y complejos, en contraste con las actividades que exigen
respuestas cortas que atomizan la información.
Algunos tipos de textos se muestran más robustos
que otros para ser utilizados como elemento para evaluar los aprendizajes de
los estudiantes; en este sentido un texto destinado a la descripción de un
determinado fenómeno resulta menos revelador, de los saberes estudiantiles, que
un texto explicativo o argumentativo ya que la producción del primero puede
hacerse de modos más mecánicos o con un uso muy protagónico de recursos
memorísticos. La escritura de textos más sofisticados tales como los explicativos
o los argumentativos, en cambio, exige vehiculizar una serie de elementos tales
como el establecimiento de relaciones causales y el adecuado ajuste retórico y
pragmático, es decir, contemplar el contexto de uso de dicho texto y los receptores
del mismo.
Producciones de ese tipo pueden constituirse en una
forma viable de valorar los aprendizajes de los/as estudiantes. Los profesores/as
pueden evaluar los textos que producen sus alumnos con criterios que deben ser
consensuados y comunicados. Estos criterios pueden ser de realización o de
resultado, es decir, tener en cuenta los aspectos o actuaciones que deben ser
puestos en juego para la producción de un texto, o tener en cuenta si el texto
elaborado cumple determinadas condiciones propias de la tipología textual o
género discursivo al que pertenece.
La tarea de escribir exige que se analicen
evidencias, se ordenen ideas y se integren los elementos que se están
incluyendo en el texto con el conocimiento que se tiene acerca del tema en
cuestión, en oposición a dejar la información aislada. Esta integración podría
explicar la razón por la cual la comprensión de los conceptos por parte de los
estudiantes es significativamente mejor luego de la tarea de escribir, mucho
más que luego de responder las clásicas preguntas que solo requieren una
planificación “local”, que admite utilizar la información sin ser integrada.
En el mismo sentido, los estudiantes que participan
del aprendizaje de diferentes tipologías textuales en contextos disciplinares
permanecen mucho tiempo pensando y reflexionando acerca de los contenidos con
los cuales se trabaja y que este hecho impacta positivamente en el aprendizaje.
Escribir en las clases
Algunos investigadores plantean que el trabajo con
géneros discursivos durante el desarrollo de los contenidos disciplinares
supone un proceso interactivo que “enlentece” el ritmo de enseñanza lo que
contribuye al aprendizaje. El hecho de retornar sobre lo escrito, revisarlo,
reescribirlo redunda en el aprendizaje de los contenidos científicos. Paula Carlino propone dos categorías
para analizar las formas en que los docentes abordan la escritura. Por un lado,
se refiere a un “trabajo en los extremos”, en el que se llevan a cabo
actividades de lectura al inicio o al final del curso, tales como la enseñanza
acerca de cómo se elabora un resumen se dan orientaciones acerca de cómo
producir los diferentes tipos de texto. Por el otro, plantea un “trabajo
durante”, que supone un proceso interactivo que aminora la velocidad a la que
se trabajan los contenidos, lo que contribuye a su aprendizaje. Introduce la
metáfora de “entramar o entretejer” la escritura con los contenidos
disciplinares para referirse a la segunda de ellas y, en relación a la primera
categoría, propone considerar la actividad como “coser”, es decir, como un
proceso de añadido de contenidos foráneos a las asignaturas.
Escribir en las clases de ciencias
Pensar que se debe ser un experto en escritura
acciona como una excusa o una justificación para no introducir actividades de
este tipo. Sin negar las especificidades de la formación de los profesores de
lengua, todos los/as docentes pueden y deberían incluir prácticas letradas.
Veamos algunos ejemplos:
· Antes de iniciar una actividad podemos plantear los objetivos, enunciarlos,
discutirlos e invitar a los/as estudiantes a escribirlos.
Al finalizar la misma se puede
sugerir retomar aquellos objetivos para reescribir en qué medida se lograron o
no. Esto supone una reflexión acerca de lo que cada sujeto considera que
aprendió de una temática en particular.
·
Otra invitación a escribir sobre
los contenidos supone tomar los últimos minutos de una clase para que cada uno
registre cuáles fueron las ideas clave de la clase, cuáles son conceptos fundamentales
y cuáles son ejemplos de dichos conceptos.
·
Analizar un texto individual y/o
grupalmente puede conducir a una actividad letrada que obligue a una relectura
y la reelaboración de ideas. Por ejemplo, ¿qué quiso decir el autor cuando
plantea…? ¿Quiénes eran los sujetos involucrados? ¿Todos? ¿O sólo los más
pobres? ¿Cuál es la idea clave que quiere plantear el autor? ¿A quién o a qué
teoría les responde?
·
Una actividad que supone una
fuerte reflexión y reencuentro con los contenidos trabajados es la de proponer
que cada uno/a elabore al menos dos preguntas. Las preguntas no pueden ser
respondidas afirmativa o negativamente, ni apelar a definiciones o
descripciones. Este encorsetamiento empuja a los estudiantes a afinar la
mirada, a profundizar en las problemáticas trabajadas.
Bibliografía
CARLINO, P. (2009): “Desarrollo profesional de
docentes para leer y escribir a través del currículum”, en Carlino y Martínez
(Eds.): Lectura y escritura, un asunto de todos (pp. 51-90). Universidad
Nacional del Comahue, Neuquén. Disponible en http://www.uncoma.edu.ar/academica/programas_y_proyectos/publicaciones/la_lectura_y_la_escrita.pdf
NAVARRO, F.; REVEL CHION, A. (2013): Escribir para aprender. Disciplinas y
escritura en la escuela secundaria. Paidós, Buenos Aires.
PADILLA, C.; CARLINO, P. (2010): “Alfabetización
académica e investigación-acción: enseñar a elaborar ponencias en la clase
universitaria” en Parodi, G. (Ed.): Alfabetización académica y profesional
en el siglo XXI. Leer y escribir desde las disciplinas (pp. 153-182). Ariel,
Santiago de Chile.